domingo, 11 de septiembre de 2011

Narración: La Verdad del Caos por Molken (Iñaki Marrón Sánchez)



La furia de su Dios cayó sobre nosotros devastando todo a su paso.

Los destructores y acorazados de la armada VII imperial del Segmentus Obscurus soltaron toda su potencia de fuego sobre Vulmador, ciudad baluarte de la XIII compañía de la Legión Negra.
Las enormes baterías de cañones abrieron fuego hasta que colapsaron el campo de energía que protegía la ciudad y después se dedicaron a destruir las defensas antiaéreas de Vulmador. Los mega cañones de plasma y las bombas ciclónicas se unieron a la devastación, destruyendo todo a su paso. Las fábricas de armamento, y los enormes almacenes de provisiones ardían en deflagraciones infernales, mientras los inmensos barracones de esclavos eran convertidos en escombros, dejando un olor a carne quemada en el aire. Solo el imponente cuartel de la ciudad, el poderoso Bastión Negro, resistía y trataba de responder con todo el poder de sus defensas. Durante una semana llovió fuego e ira desde el cielo y la muerte se adueñó de la Ciudad Oscura.
Vagaba por las calles sobreviviendo como pude, bebiendo agua contaminada y comiendo restos de cadáveres medio chamuscados que encontraba por doquier. En ese tiempo, no dejé de rezar, no por mi salvación, sino porque nuestros ciegos enemigos fuesen abatidos por la Verdad del Caos.
Pasada la primera semana cesaron los bombardeos orbitales, dejando una extraña calma en el ambiente. Era solo la calma que precede a la tempestad, el asalto estaba próximo y solo nos quedaba una opción ante la purga que tenían nuestros enemigos para nosotros, vencer o morir, así era la Verdad, dura como la piedra y fría como el hielo.
Encontré una compañía de soldados en un puesto antiaéreo destruido a unos 15Km del Bastión, y me uní a ellos en la búsqueda de una muerte segura. Apenas había 50 hombres, que poca resistencia podrían prestar, pero arengué sus corazones con la Verdad del Caos, la vida es lucha y termina en muerte, pero solo los valientes marcan su destino y rompen sus cadenas.
En el amanecer del noveno día, cayeron sobre nosotros las cápsulas de la III compañía de los Puños Imperiales y desembarcó el quinto regimiento de Cadia. Les vimos caer desde el cielo como falsos ángeles vengadores. Prónto el repiqueteó de las armas, resonó. El rugido de los bolters se mezcló con los gritos de los combates, que nos llegaban de lugares próximos.
De pronto una cápsula cayó cerca de nuestro puesto, parte de los hombres se quedaron asustados y uno de ellos trató de huir. Lo ejecuté en el acto.
Las escotillas de la cápsula se abrieron y una lluvia mortal salió de las armas de nuestros enemigos, la munición de los bolter reventó desmembró y mató a casi la mitad de la compañía. Nos pusimos a cubierto y respondimos al fuego con fuego, nuestros rifles láser dispararon y dos de los bolter pesados que teníamos se unieron a la refriega tronando enfurecidos, pero no era suficiente. La escuadra de Puños avanzaba implacable, derribamos algunos pero no fue suficiente. Saltaron nuestros parapetos y comenzó la canecería, sus cuchillos y espadas sierras descuartizaban literalmente a los soldados, yo me abalancé sobre uno de los marines que se encaró velozmente y me disparó a bocajarro, dándome en el hombro izquierdo y casi arrancando mi brazo. Caí al suelo mientras contemplaba como masacraban a mi compañía.
Un fulgor estalló en el cielo y se vislumbraron luces en el. Los Puños pararon un momento, unos segundos, alguien había llegado. Tiempo suficiente, agarré una granada con mi brazo derecho y le quité el seguro y me abalance sobre quien me había disparado, pero de nuevo fue más rápido y me repelió con una tremenda patada en mi tórax que me reventó haciendo crujir mis costillas, pero pude arrojarle la granada a la cara mientras salía disparado hacia atrás y su cabeza desapareció tras la deflagración.
-Ha matado al hermano Lemanus- gritó uno de ellos.
El sargento se acercó a mí para terminar con mi vida.
-Sucio perro traidor- me espetó.
Le escupí como última muestra de altanería a sus botas amarillas.
Una sombra cayó desde el cielo, y por primera vez en mi vida, contemple como la Verdad puede convertir a un hombre en un dios. Una figura inmensa cayó entre los siete marines. Su tamaño era impresionante, mucho mayor que el de un marine, portaba un escudo enorme y en su mano derecha una espada incandescente brillaba con intensidad, su rostro divino se ocultaba tras un yelmo con una gran cresta de cobre. Sus ojos brillaban como el magma, portaba los emblemas del ojo y el número XIII. Era Volkem, señor de la XIII compañía de la Legión Negra, fiel lugarteniente de Abadon el Saqueador.
Los marines abrieron fuego, pero su dura piel y su alo de energía le protegieron, avanzó a una velocidad terrible, decapitando, desmembrando partiendo a los marines por la mitad como un campesino cuando siega. El sargento se abalanzó sobre el, metiéndose debajo de la guardia de su escudo y golpeó con su puño de combate su costado, Volkem dio un pequeño respingo retrocediendo un par de metros, para volver a cargar cortando el brazo del sargento y dando un tremendo impacto con el escudo que mandó al marine varios metros atrás. La ceramita crujió y el sargento escupió sangre.
Pude oír al sargento antes de ser decapitado. Sus labios mostraron la Mentira que habitaba en su corazón y en el de sus camaradas. –El Emperador protege- salió de su boca antes de morir y descubrir la Verdad del Caos, -No- dijo Volkem.
Extracto de las obras de Molkem,
predicador y profeta de la Verdad
de la Ciudad Oscura.

No hay comentarios:

Publicar un comentario